miércoles, 4 de abril de 2018

No esraba enamorarme de ti Capitulo 11


Capitulo 11
Edward

Posiblemente estaba a punto de cometer el mayor error de mi vida, y no podía importarme menos. Había intentando con todas mis fuerzas no sentirme atraído por Isabella. De hecho, algunos días era un trabajo a tiempo completo. Pero no podía más. Las hormonas habían ganado esta vez. Aunque algo me decía que no era solo eso lo que me atraía de ella, y era esa parte la que me daba tanto miedo. Nunca había necesitado nada tanto en la vida como tocar su piel desnuda. Era como esos lunes por la mañana, cuando en el instituto alguien había dejado comida en una de las mesas de la cafetería y yo estaba muy hambriento después de ayunar durante todo el fin de semana. Era una respuesta primaria, que apenas podía controlar, puro instinto de supervivencia. Así era cómo me afectaba Isabella. La deseaba con tanta desesperación que era como si estuviera muriéndome de hambre por ella.


No podría poseerla por completo, pero tenía que tener al menos una parte de ella.

¿Era esto normal? No podía serlo. Nunca había sentido esto por otra chica. Quizá solo tenía que saciarme de ella para que esa ansia comenzara a desaparecer, para poder asumir cierto control sobre mí mismo. La mitad tenía que deberse solo a la anticipación.

«¿Verdad?».

Isabella entró delante y luego se dio la vuelta para mirarme.

—Vuelves a tener esa mirada tan intensa —susurró ella, con los ojos verdes muy abiertos y los labios rojos por el frío y mis besos.

—Tenemos que quitarnos la ropa mojada —dije, ignorando su comentario, y comenzando a quitarme el abrigo.

Ella asintió con la cabeza. Noté que se le encendían las mejillas y que bajaba la vista mientras se deshacía de la cazadora.

Se la veía tan inocente, tan hermosa… Tuve dudas.

Sus ojos encontraron los míos y vi en ellos algún tipo de resolución. Recorrió los cinco pasos que nos separaban y, al instante, sus labios cubrían los míos, y yo encerraba su cara entre mis manos mientras ella emitía unos gemidos ahogados. Cualquier clase de control desapareció.

Se fue lejos.

A algún lugar de Asia Oriental.

Retrocedí mientras nos besábamos, lamiéndonos y chupándonos los labios y la lengua del otro. Isabella sabía a algo que ni siquiera podía identificar, algo tan delicioso que me volvía loco. Besarla era como traspasar el límite de la cordura. Como emborracharse. La sensación era tan intensa que apenas podía describirla. Mis besos no eran tiernos, sino descontrolados y salvajes. El deseo latía pesado por mis venas.

Atravesamos mi habitación de alguna manera y cuando chocó contra mi cama, se sentó y se tendió sobre la espalda. La seguí de inmediato para continuar besándola mientras presionaba hacia ella mi palpitante erección y gemía por la sensación. ¿Cómo iba a resistirme a follar con ella? La necesidad de hundirme en su cálido y húmedo cuerpo era tan intensa que casi me estremecía. Pero debía resistirme. Tenía que hacerlo. Retiré mis labios y la miré a la cara; su expresión estaba llena de excitación, pero seguía siendo hermosa e inocente.

—Hazme el amor —susurró.

«¡Sí!». No.

Cerré los ojos con fuerza durante un segundo y luego volví a mirarla. Me iba a volver loco.

—No puedo, Isabella. No —dije—. Pero te daré lo que necesitas, ¿de acuerdo?

Una expresión de dolor atravesó su rostro, pero asintió.

La besé otra vez con rapidez, pero luego me senté, le quité las botas, los calcetines húmedos y los pantalones. Ninguna chica me había parecido tan deseable como ella con aquel ridículo atuendo.

Debajo de los pantalones, llevaba unas bragas sencillas de algodón color rosa. Mi pene empezó a latir de nuevo y casi gemí en voz alta.

«Eres mi debilidad, Isabella».

Se incorporó y se quitó las prendas de la parte superior, y cuando por fin se despojó de la camiseta de manga larga, quedó ante mí con un sujetador blanco. Los pechos sobresalían por arriba como si la prenda fuera un par de tallas pequeña. Y seguramente así era.

Me quedé mirándola durante un segundo. Parecía un sueño hecho realidad. Piel blanca y cremosa, cabello oscuro que se derramaba sobre sus hombros y su espalda. Los pechos eran redondos y llenos, la cintura delgada y las piernas largas y torneadas. No había visto nada tan hermoso en mi vida como Isabella Swan sentada en mi cama cubierta solo con sencilla ropa interior de algodón. Tensé los músculos del abdomen.

—Isabella —susurré—, eres preciosa.

Parpadeó antes de sonreír con timidez. Me di cuenta de que tenía la piel de gallina.

—Métete debajo de las sábanas —indiqué, señalando la cama.

Miró por encima del hombro mientras se mordía el labio, pero retiró el edredón y las mantas, así como la sábana superior; luego se tendió, apoyando la cabeza en mi almohada.

Me deshice de la ropa tan rápido que ni siquiera recuerdo haberlo hecho, pero el frío me golpeó la piel desnuda y me deslicé debajo de las mantas, con ella. Me apoderé de nuevo de sus labios mientras nuestras pieles desnudas y frías entraban en contacto, haciéndonos suspirar a los dos. Subí el edredón hasta cubrirnos las cabezas, y solo unos minutos después, estábamos envueltos en un cálido capullo.

Llevé la mano a su pecho para frotar suavemente el pezón con el dedo pulgar. Isabella jadeó mi nombre, haciendo que mi polla diera un salto. No iba a ser capaz de hacer mucho más antes de correrme sin que ni siquiera me tocara. ¡Dios, era esta chica! Necesitaba conseguir que se corriera, y luego ya me ocuparía de mí mismo en la ducha.

—Isabella, ¿has tenido alguna vez un orgasmo? —pregunté bajito, deslizando los labios por su cuello.

Ella negó con la cabeza.

—¿Ni siquiera te has masturbado? —insistí.

—La caravana es muy pequeña… —explicó. Asentí con la cabeza, manteniendo los ojos clavados en sus hermosas facciones. Sentí una cálida emoción en mi pecho al considerar que sería el primero en conseguir que se corriera. No sería el primero en hacerle el amor, pero al menos tenía esto. En ese momento era mía y solo mía.

Llevé la mano a su espalda y ella se arqueó mientras le desabrochaba el sujetador y se lo quitaba, lanzándolo al suelo. Isabella me miraba a la cara con una expresión llena de deseo y nerviosismo.

Me deslicé por debajo de las sábanas y cogí el pezón con los labios para empezar a succionarlo con suavidad. Su sabor era como tener el paraíso en la lengua.

—¡Oh, Dios! Edward… —gimió. Subió las manos a mi cabeza y me pasó los dedos por el pelo. Le lamí el pezón y se lo chupé durante un buen rato, rodeándolo con la lengua hasta que noté que ella arqueaba las caderas hacia mí. Respondí bajando las mías hacia un lado para evitar la dulce tortura que era sentirla en mi erección mientras movía la boca al otro pezón.

—¡Qué bien sabes! —dije con la voz entrecortada.

—Ahhh… —suspiró. La oí mover la cabeza de un lado a otro sobre la almohada.

Entonces bajé la mano por la sedosa piel de su estómago plano y, sin retirar la boca de su pecho, la deslicé en su ropa interior, entre sus piernas. En ese momento fui yo quien suspiró.

Isabella estaba resbaladiza por la excitación. Hundí un dedo en su interior y lo retiré lentamente. Luego lo volví a meter, imitando el movimiento que querría estar haciendo con otra parte de mi cuerpo. Su respiración se volvió entrecortada. Llevé el dedo, ahora mojado, a su clítoris, y empecé a frotarlo mientras ella gritaba.

Quería hundir la cara entre sus piernas y conocer su sabor más secreto, pero teníamos toda la noche por delante, o eso esperaba. No sabía si ella estaría de acuerdo en quedarse, aunque me gustaría conseguir que se sintiera bien en todos los sentidos, y sabía cómo conseguirlo.

Seguí acariciándole el clítoris con el pulgar mientras mojaba el dedo en su húmeda abertura. Noté que suspiraba, arqueándose contra mi mano.

—Dime qué estás pensando —rogué—. Dime lo que pasa por tu mente en este momento, hermosa Isabella. —La deseaba. No podía tenerla entera, pero las partes que pudiera… Su dulce respuesta, su placer, lo que pasaba por su mente… Eso podía tenerlo. Al menos por ahora.

Gimió.

—No puedo… No sé explicar lo que siento. —Gimió profundamente cuando cambié la cadencia de mis dedos—. Sé que tenía problemas y preocupaciones…, pero no puedo recordar ninguno. Todo lo que siento es bueno, ¡oh, Dios, Edward!, es increíble.

Sonreí con el pecho lleno de satisfacción. Era hermosa de todas las formas posibles. Era sedosa y suave, cálida, y olía como el paraíso. Y, Dios, esperaba que no se arrepintiera nunca de esto. Hice girar el dedo con más rapidez y volví a cerrar los labios en torno a su pezón.

Unos segundos después, ella gritó. Su cuerpo se puso tenso, se estremeció y sentí una profunda satisfacción que no había experimentado nunca.

—Oh, Dios… Oh, Dios… —musitó. Me incorporé un poco y miré su rostro. Tenía los ojos entrecerrados y me miraba con una especie de arrobo antes de esbozar una sonrisa que me sorprendió un poco. Isabella era una chica guapa, de eso no cabía duda, pero de vez en cuando hacía algo o asomaba a su rostro una expresión que me deslumbraba y me dejaba sin habla. Este era uno de esos momentos.

—¡Guau! —exclamó.

Me reí por lo bajo y luego rodé a un lado, apoyando la cabeza en la almohada, junto a ella, con una erección palpitando de necesidad bajo las sábanas.

—Iré a darme una ducha rápida —me disculpé, empezando a incorporarme.

—No —me detuvo, sentándose a su vez y empujándome hacia abajo—. Yo también tengo que disfrutar de ti. Lo que es justo, es justo.

—Isabella… —gemí—. Vas a acabar conmigo.

Ella se rio, y luego se movió hasta cubrirme con su cuerpo.

Por lo visto, estaba versada en técnicas de tortura, y estaba aplicándolas todas y cada una de ellas en esa cama. Se movió sobre mí. Jaque mate.

—Te diré todo lo que quieras saber sobre mí —gemí—. Lo que sea.
Se rio.

—¿Qué? —Pero en ese momento deslizó la mano por mi caja torácica y no pude decir nada más.

Isabella rodó a un lado antes de recorrerme el muslo con la mano.

—Tócame, por favor. —Estaba suplicando y no me importaba.

Siguió acariciándome la parte superior de la pierna y, por fin, me cogió el pene, rodeándolo con sus cálidos dedos y apretándolo con suavidad. Me estremecí de pies a cabeza y gruñí mientras el placer estallaba dentro de mí. Puse la mano alrededor de la de ella y le enseñé a deslizarla arriba y abajo como me gustaba. Ella se inclinó para besarme, llenando mi boca otra vez con su sabor mientras su cuerpo suave se frotaba contra el mío sin dejar de mover los dedos por mi polla. Me besó la mandíbula, un lateral del cuello, haciéndome cosquillas en la oreja mientras me acariciaba. Isabella era inocente, y, sin embargo, cada uno de sus movimientos, cada caricia, cada roce de su respiración en mi cuerpo era perfecto y emocionante. Apenas pasaron dos minutos antes de que alcanzara el orgasmo. Fue una explosión tan intensa que jadeé y me estremecí. Las oleadas de éxtasis disminuyeron poco a poco mientras Isabella movía la mano más despacio, con los dedos ahora húmedos y pegajosos.

Me sonrió. Pensé que estaba soñando, casi no sabía dónde estaba.

—¡Joder! —dije entre dientes. Isabella se rio y se inclinó para rodearme la cintura con los brazos.

—Con razón la gente se vuelve loca por el sexo —comentó—. Ha sido increíble.

Me reí. Dios, me hubiera gustado poder enseñarle todo lo que había que saber sobre lo bueno que podía ser el sexo. Me hubiera gustado dejar que me enseñara lo bueno que podía ser el sexo. Porque estaba seguro de que con ella lo sería. Me contuve. Por desgracia, eso no podía ocurrir, y tenía que seguir recordándomelo a mí mismo.

Rodé a un lado y ella me imitó hasta que quedamos cara a cara. Le pasé un dedo por la mejilla, trazando su delicado contorno.

—¿Tienes calor suficiente?

—Sí —susurró.

—¿Tienes hambre?

Asintió.

—¿Qué te parece si pongo el jamón al horno? También tengo patatas y algunas judías verdes en conserva.

Sonrió.

—Eso es toda una cena de Navidad, señor Cullen.

—Muy bien, señorita Swan. Venga. Envuélvete en el edredón.

Nos levantamos y fuimos al cuarto de baño para que yo me lavara. Luego regresamos a la habitación, donde me puse los vaqueros. La casa estaba fría, pero no helada. Aun así, por suerte, tenía un poco de carbón en la estufa de hierro fundido que había en el salón. Quería que la casa estuviera caliente y cómoda esta noche, incluso aunque eso significara que pasaría frío durante el resto de la semana. Ella valía la pena. Era esa chica.

Me puse a encender el fuego mientras Isabella se acomodaba en el sofá, envuelta en la colcha, con el brillo de las luces del arbolito de Navidad reflejadas en su cara.

Puse el jamón y las patatas en el horno antes de sentarme junto a ella a esperar a que la cena estuviera lista. Aunque solo fuera esa noche, me iba a permitir disfrutar de los regalos que ofrecía Dennville, Kentucky. Después de todo, era Navidad.





2 comentarios:

cari dijo...

GRACIAS 😘❤

Anónimo dijo...

Gracias!!! :D

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina