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miércoles, 25 de abril de 2018

Capitulo 26 No Esperaba Enamorarme de Ti


Capitulo 26

Isabella

Me quedé inmóvil después de que Edward saliera de la biblioteca. No estaba segura de qué pensar…, de qué sentir. ¿Qué había hecho? ¿Qué habíamos hecho? ¿Estaba valorando realmente la posibilidad de empezar algo con Edward? ¿De verdad estaba dispuesta a arriesgarme a amarlo de nuevo? ¿Había dejado de amarlo en algún momento realmente? ¿Me había despojado de verdad de los pantalones y me lo había cepillado contra la estantería? Gemí y me llevé una mano a la frente. No sabía qué hacer.

Se abrió la puerta de la biblioteca y entró Jacob.

—Hola. ¿Estás bien? Tienes mala cara.

Gemí por lo bajo.

—Creo que estoy mal, sí. Por desgracia, no existen medicamentos para mi dolencia.

—He oído que consumiendo heroína no te duele nada.

—Tranqui, colega. No tengo pensado automedicarme con sustancias ilegales por el momento. Sin embargo, el quid está en «por el momento».


—Bueno, pues ya me dirás. Puedo pillar algo en la esquina de Gutter y Skinsores.

Me reí por lo bajo mientras se acercaba a donde yo estaba y se apoyaba en la estantería.

—¿Edward? Lo he visto salir.

—Sí —suspiré, mirando al frente. Después de un rato, me volví hacia él—. Sencillamente, no podría volver a pasar lo que pasé cuando me rompió el corazón —expliqué—. Y no sé si confío en él lo suficiente para estar segura de que no se alejará de mí. Eso es todo. —Fruncí el ceño y me mordí el labio—. Ni siquiera sé qué ocurre. Me da la impresión de que me está ocultando algo. —Había visto una sombra en su expresión, una vacilación a sus respuestas cuando lo había interrogado sobre la mina… Volví al presente, a lo que estaba diciéndole a Jacob—. Y, si ese es el caso, ¿cómo podría volver a empezar algo de nuevo con él?

—Ya, pero si no lo intentas, no lo sabrás nunca.

—Quizá sea lo mejor.

—Quizá. —Se encogió de hombros—. Eres tú quien tiene que tomar la decisión.

—Esperaba que me dijeras qué debo hacer.

Jacob se rio entre dientes.

—Soy la última persona a la que debes pedir consejo. A no ser que quieras saber cómo decirles a tus padres que has nacido con una condición embarazosa e irremediable. En ese caso soy un pozo de sabiduría.

Lo sentí por él. Le puse la mano en el hombro.

—¿Tu madre sigue sin hablarte?

—Sí. —Parecía destrozado—. Me lo esperaba de mi padre. Con él nunca he estado de acuerdo en nada, ni manteníamos una buena relación. Es como si nada de lo que hiciera mereciera su aprobación, así que, desde luego, no esperaba su apoyo en esto. Pero mi madre…, con la que siempre me he llevado bien. Pensé que tal vez… Esperaba que… —Su voz murió lentamente.

—Lo sé, Jacob. Lo siento.

—Mi padre es un puto idiota casi siempre, imagino que tú ya lo sabes. —Me miró con rapidez y luego bajó la vista, apretando los labios hasta que se convirtieron en una delgada línea—. La forma en la que trató a tu madre es la misma en la que trata a sus empleados, a su familia y a todo el mundo… Son un medio para conseguir un fin.

Movió la cabeza.

—No. Siempre me ha preocupado mucho cómo actuó cuando vino a comunicarte lo de la beca. Cómo debiste de sentirte al tenerlo en tu casa… de nuevo. —Sus ojos volvieron a clavarse en mí hasta que, por fin, descansaron en la pared de enfrente. Sentía vergüenza por lo que podía haber hecho su padre.

«Oh, pobre Jacob».

—No pasó nada. No me la entregó personalmente en privado, ya sabes, estaba presente todo el instituto.

Pareció confuso durante un segundo.

—Ah. Por lo general, va en persona al domicilio del destinatario y se lo comunica antes de anunciarlo en el instituto. —Se quedó pensativo durante un segundo—. Quizá sea cierto que tiene una pizca de decoro. Fue todo un detalle que no fuera a tu caravana en persona.

—Eh… Quizá. De todas formas, esa es una historia antigua. —Ladeé la cabeza—. ¿Puedo hacerte una pregunta?

—Sí, por supuesto.

Me mordí el labio inferior durante un segundo.

—¿Has visto a Edward en la mina? Es decir, ¿está bien? ¿Está bien al trabajar bajo tierra? Se ha mostrado evasivo sobre eso.

—Si soy sincero, no paso mucho tiempo con los mineros. Pero he oído por allí que él es bastante activo. Al parecer, ha logrado implantar con éxito algunas medidas de seguridad adicionales… Así que debemos darle cierto crédito. Además, los chicos hablan. Es muy respetado y querido por los demás mineros.

—¿Has estado allí antes?

—Dios, no. —Se estremeció—. No podía.

Asentí moviendo la cabeza, todavía con el ceño fruncido.

«¿Cómo lo haces, Edward? ¿Cómo es bajar a tu propio infierno personal día tras día?».

«Bajo al infierno todos los días. Cada día. Por ti».

Por mí…

Mis pensamientos se vieron interrumpidos por el sonido de los camiones que acababan de llegar.

—Bien —dijo Jacob, incorporándose—. Me voy. Llámame más tarde, o ven a verme.

—¿A la esquina de Gutter y Skinsores?

—Exactamente. —Me guiñó un ojo.

Me reí.

—Gracias por pasarte.

Después de que se fuera, me tomé un minuto para mirar a mi alrededor, empapándome del pequeño espacio. Cerré los ojos y respiré el olor a polvo por última vez. Cuando estuve preparada, salí cerrando la puerta a mi espalda.

Me senté en la barra, al lado de Alice, que parecía muy triste.

—¿Eh? ¿Qué te pasa?

—Emmet, eso es lo que me pasa.

—¿Qué ha hecho?

—Me ha vuelto a pedir que me case con él.

—Guau…, qué hijo de perra…

—¿Qué vais a tomar, chicas? —preguntó Alec, gritando desde el otro extremo de la barra, ahora prácticamente vacía.

—Una Coca-Cola light con lima —dije en voz alta. Alice me había llamado hacía una hora para preguntarme si podía reunirme con ella en Alec’s para poder ahogar sus penas después del turno. En aquel momento no había sabido a qué se refería exactamente, pero ahora sí.

—Por lo tanto, Emmet, el muy cabrón, te ha pedido que te comprometas con él y dejes que te ame durante toda la vida. ¿Cuánto crees que tardaremos reunir una jauría para darle caza?

Dejó escapar un suspiro y se sentó a mi lado.

—Jajaja… Ríete, sí. Pero le he dicho repetidas veces que jamás me casaré con él. Se lo he dicho, y aun así no piensa renunciar. Está haciendo que mi vida sea un infierno.

«Bajo al infierno todos los días. Cada día. Por ti».

Me volví hacia ella en el taburete.

—¿Alice, no estás enamorada de él?

Permaneció allí sentada, mirando al frente.

—Bueno, supongo que sí que lo amo… un poco.

—Guau… El romance flota en el aire. —Puse los ojos en blanco—. No sigas hablándome de amor, Shakespeare.

Alice se rio con suavidad.

—En serio, Isabella, escúchame. Se trata de que no quiero acabar defraudada. Por fin me siento cómoda, segura, y el matrimonio puede cambiarlo todo. No sé si puedo confiar en él. No quiero amarlo y luego tener que renunciar a él —explicó mirándome con tristeza—. Y una vez que empiezas a amarlos, es cuando se ve cómo son de verdad. Sabes que tengo razón —terminó en voz baja.

Tomé un sorbo de la Coca-Cola que Alec me había puesto delante después de darle las gracias con un gesto.

—Alice, creo que… —Me mordí el labio al imaginar la cara de Emmet, la forma en la que miraba a Alice, como si ella fuera el sol, la luna y las estrellas—. ¿Qué más podría hacer Emmet para convencerte? Es decir, ha estado a tu lado durante más de cuatro años, y jamás se ha rendido. Francamente, tienes suerte de que no lo haya hecho. Tener una relación contigo tiene que ser un suplicio.

Frunció el ceño y luego soltó una risita.

—Sí, tienes razón. Es solo que… Tú no lo recuerdas porque eras un bebé, pero yo me acuerdo de cuando papá se fue. Lo quería, Isabella. Fue el primer hombre al que quise y se largó sin ni siquiera despedirse. No se ha puesto en contacto conmigo ni una sola vez en todos estos años. Ni una sola. Eso es lo que yo sé del amor. —Movió la cabeza con pesar—. Y, después de eso, todavía tenía la esperanza de que encontraría a la persona perfecta. Y las dos sabemos cómo terminó.

—¡Sí! Has terminado con un hombre bueno y decente que te ha pedido que te cases con él. —Suspiré—. Creo que no puedes juzgar a Emmet por lo que te han hecho antes otros hombres. Y papá, bueno, no fue culpa tuya. En el caso de Garret, creo que no llegaste a conocerlo lo suficiente como para saber si merecía tu confianza, o quizá no te diste el tiempo necesario para saberlo. Y escucha, tienes razón. Yo también lo haré.

Sabes que lo haré. Con Edward… Llevo demasiado tiempo sin entender lo que hizo. Incluso ahora, es algo que me duele. Todo lo que sabía de él me indicaba que se pasaba la vida haciendo cosas para otras personas de forma desinteresada. Y luego… —Negué con la cabeza—. Pero Emmet, Emmet, que se mudó a los Apalaches para intentar arreglar los dientes de la gente por la bondad de su corazón… ¿Qué ha hecho Emmet salvo tratarte como si fueras una reina y pagar los gastos hospitalarios de mamá? Por Dios, ¿qué más puede hacer un hombre para demostrarte que puedes confiar en él, que es un buen tipo y te ama?

Se estudió las uñas.

—Bueno, en realidad, eso ha sido objeto de discusión. —Me miró—. Al parecer, no está pagando los gastos de mamá. No tiene tanto dinero. Utilizó todos sus ahorros para mudarse aquí y abrir la clínica, y, bueno, ya sabes cómo le pagan. A veces con pan de maíz y otras con roedores. —Sacudió la cabeza.

—¿Qué? —Jadeé—. Entonces, ¿quién… quién está pagándolos? —La confusión hacía que me diera vueltas la cabeza. ¿Qué demonios estaba pasando aquí?

Ella negó moviendo la cabeza.

—No me lo dijo. Solo que había resuelto el problema con alguien que prefería mantener el anonimato. Me mintió. Así que ya ves, sí es capaz de mentir, incluso aunque sea por algo bueno para nosotras. Pero ¿sobre qué más podría llegar a engañarme? Y entonces va y se atreve a preguntarme si quiero casarme con él.

¡Oh, Dios mío! Me dio un vuelco el corazón.

—Tengo que marcharme —dije, levantándome de repente—. ¡Oh, Dios mío, Alice! Tengo que irme.

—Espera. ¿Qué pasa? ¿A dónde vas? ¡No he terminado de ahogar mis penas! Emmet no vendrá a recogerme hasta dentro de una hora. Emmet, ¿recuerdas? El mentiroso y embaucador Emmet.

—Emmet  puede ayudarte a aclararte —dije con la voz temblorosa, sacando un par de dólares de la cartera y lanzándolos sobre la barra. Sabía que si había permitido que Emmet viniera a recogerla, no estaba tan molesta con él. Solo necesitaba alguien que la escuchara.

—No quiero tu dinero —dijo Alec, recogiendo mi dinero y poniéndolo en la jarra de las propinas.

Me volví hacia Alice y le puse las manos sobre los hombros para sacudirla un poco.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó, con la voz temblorosa por el vaivén.

—Te meneo a ver si entras en razón —expliqué.

—Espera, tú también tienes el lema…

—No es mi lema, es el tuyo. Habla con él, Alice, y deja que se explique. Escúchalo y deja de ser tan terca. Podría herirte, sí, pero no lo hará. No es posible. Yo he apostado por Emmet. Te quiero más que a nadie en el mundo y he apostado a su favor. No pienso permitir que un error del pasado te impida ver lo que tienes delante de las narices. —Le clavé los dedos en los hombros antes de inclinarme para darle un beso en la mejilla mientras ella me miraba boquiabierta—. Mira lo que tienes delante.

Luego corrí hacia el coche, salí del aparcamiento y me dirigí hacia la carretera. Me obligué a respirar varias veces profundamente mientras apretaba el volante con fuerza, tratando de pensar con coherencia.

«¡Oh, Edward!».

Las lágrimas inundaron mis ojos cuando la verdad estalló en mi pecho, haciendo que me sintiera débil y sin aliento. ¡Oh, Dios mío! ¡Oh, Dios mío!

«Edward, el hombre más estúpido, desinteresado, orgulloso…».

Ahogué un sollozo, tragándomelo y obligándome a relajarme.

Yo tenía razón. Sabía que tenía razón. De repente todo encajaba en su lugar. Todo…

Al darme la vuelta para subir la colina, mi coche hizo un ruido raro y se estremeció antes de detenerse. Dejé escapar un grito de frustración mientras maniobraba para dejarlo a un lado de la carretera. Giré la llave en el contacto, pero el motor no revivió. Dejé caer la cabeza sobre el volante, golpeándome la frente con él varias veces. Bueno, ya no era mi coche de la suerte. El corazón se me aceleró en el pecho mientras salía de un salto y empezaba a correr.

Era igual que ese día, el día que corrí por la colina con el corazón desbocado y mi amor por Edward rebosando por cada poro de mi piel.

Miré la roca en la que me había sentado para hacer aquella estúpida lista; qué tonta había sido, pensé mientras pasaba ante ella conteniendo un sollozo.

«Edward, Edward, Edward…, ¿qué has hecho? Dios, ¿qué has hecho?».

«Bajo al infierno todos los días. Cada día. Por ti».






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