domingo, 11 de marzo de 2018

No esperaba enamorarme de ti Capitulo 3


Capitulo 3

Edward
—Hola, mamá —dije, cerrando la puerta de casa mientras echaba un vistazo al salón donde estaba su silla, frente al televisor.

Mi madre no me devolvió el saludo, claro que nunca lo hacía. Ya me había acostumbrado a ello.

Me dirigí a mi habitación y abrí la ventana todo lo que pude. Luego alcé la mirada hacia el cielo, con las manos apoyadas en el alféizar mientras respiraba hondo varias veces. Unos minutos después, me acosté boca arriba en la cama, junto a la ventana, con la cabeza apoyada en las manos.

Al instante empecé a pensar en Isabella Swan. Me costaba creer que la hubieran despedido por mi culpa. Gemí en voz alta. Lo cierto era que en realidad había sido culpa de ella, entonces ¿por qué me sentía tan mal al respecto? Había sido Isabella la que había optado —estúpidamente, además— por cubrirme. Pero gracias a Dios que lo había hecho. Si me hubieran arrestado por robo… habría sido malo, muy malo.


Ni siquiera sabía por qué había robado ese sándwich para la señora Lytle hasta que tuve que explicárselo a Isabella. Y la única razón por la que le había ofrecido una explicación era que no tenía otra cosa que ofrecerle como agradecimiento por el sacrificio que había hecho por mí. Había visto a Joan Lytle sentada en el porche de la vieja oficina de correos y su forma de acurrucarse inclinada sobre sí misma me había afectado como un puñetazo en el vientre. Lo había sentido como algo físico. Al menos yo tenía un techo sobre mi cabeza y solo tenía hambre la última semana de cada mes, cuando se acababa el dinero. Algo en mi interior me había obligado a hacerle ver que la veía, tanto por ella como por mí mismo. Así que robé el sándwich.

Una estupidez mayúscula.

Lo peor de todo era que ni siquiera lamentaba haberlo hecho, salvo porque habían despedido a Isabella.

«Isabella».                    

En mi mente parpadeó la expresión que tenía en la cara mientras miraba la caravana en la que vivía. Sabía que se sentía avergonzada, lo que era un poco ridículo. Mi propia casa tampoco era gran cosa y mi vida estaba en ruinas. Yo no era quién para juzgar su situación. De todas formas, tampoco estaba mirando su pequeño y lamentable remolque. Había rebuscado en la zona alrededor de esa caravana y estaba limpia y ordenada, sin un solo resto de basura a la vista, tal y como yo me aseguraba de mantener el patio de mi casa. En las colinas, los patios y las propiedades estaban llenas de basura, como si esa fuera otra forma en la que la gente de Dennville exhibía su derrota. Ninguno de los habitantes de la montaña podía permitirse el lujo de tener servicio de recogida de basura, y la mayoría de las parcelas estaban enterradas debajo de mierda; una buena metáfora para los que vivían allí. Sin embargo, todos los lunes llenaba dos bolsas con los restos de la semana, las llevaba colina abajo y las vaciaba en el enorme contenedor de James’s. Luego doblaba las bolsas y las metía en mi mochila. Eran las únicas que tenía, y si tenía que elegir entre un par de latas de SpaghettiOs o un paquete de bolsas de basura, ganaría siempre la comida. Había visto a Isabella trasladando una caja enorme colina abajo de vez en cuando, y me había preguntado qué habría dentro. Debía de estar haciendo lo mismo que yo. Y lo sabía porque ella tenía «orgullo». Algo que, para la gente como nosotros, era más una maldición que una bendición.

También me había fijado en Isabella antes de eso. De hecho, la había mirado mucho en las pocas clases en las que coincidíamos. Ella siempre se sentaba delante, mientras que yo me ponía detrás, así que tenía una vista perfecta de ella. No podía apartar los ojos. Me gustaba la forma en la que reaccionaba inconscientemente cuando alguien la molestaba, rascándose la pierna y apretando los labios… O cómo miraba la pizarra, concentrada al tiempo que se mordisqueaba el labio inferior… O la forma en la que en ocasiones miraba por la ventana, con aquella expresión soñadora. Había memorizado su perfil, la línea de su cuello. Una sensación de malestar se apoderó de mí cuando me di cuenta de que tenía agujeros en la suela de los zapatos. Noté que había usado algún tipo de marcador para cubrir los arañazos de la parte superior porque le importaba lo que la gente pensaba de sus zapatos viejos. Y eso significaba, por supuesto, que tenía que mantenerme todo lo alejado que pudiera de Isabella Swan. No podía permitirme el lujo de sentir todo aquello solamente observándola. Era más, no quería hacerlo.

Después de que me hubiera pillado comiendo los restos del desayuno, había notado que ella me estudiaba cuando pensaba que no me daba cuenta. No era extraño que se fijaran en mí las chicas. Y tampoco era de los que rechazaban ofertas si alguna de ellas quería disponer de mi cuerpo, siempre a su servicio. No estaba hecho para el sufrimiento. Pero de alguna forma sabía que Isabella no estaba mirándome con ese tipo de interés. Me observaba como si yo fuera una especie de rompecabezas y deseara encajar todas mis piezas. Y no podía evitar querer saber por qué.

Era un estúpido idiota.

Pero ella tenía esa calma —algo tierno, una extraña mezcla de fuerza y vulnerabilidad—, y era guapa —imposible no darme cuenta de eso—, aunque su belleza era algo en lo que ella no ponía demasiado esfuerzo, lo que la hacía todavía más atractiva. Al menos para mí. No usaba maquillaje y, por lo general, se recogía el pelo en una simple coleta. Evidentemente no consideraba que su aspecto pudiera convertirse en su cualidad más valiosa. Lo que me hacía preguntarme cuál sería esta. ¿Su inteligencia? Quizá. Eso no quería decir que fuera a tener la más mínima oportunidad de ganar la beca. Yo había estado trabajando para ello desde antes incluso de empezar la secundaria. Incluso había estudiado los logros de los anteriores ganadores, y me había asegurado de seguir los pasos de cada uno de ellos. Necesitaba esa beca. Mi vida dependía de ello. Así que daba igual lo que fuera que tuviera Isabella que me intrigaba tanto. Yo me iría pronto de aquí y jamás miraría atrás, ni siquiera aunque lo que viera fueran los preciosos ojos verdes de Isabella Swan.

Entonces ¿por qué no podía dejar de pensar en ella?

Estúpido idiota.

Un poco después, me arrastré hasta la mochila por encima de la cama y saqué los libros de texto. Tenía que trabajar. Solo faltaban seis meses para que anunciaran el nombre del ganador de la beca. Y era mi oportunidad para salir de ese agujero de mala muerte, para alejarme de la falta de esperanza, del hambre y de la mina donde mi padre y mi hermano mayor habían perdido la vida, en la intensa oscuridad a varios metros de profundidad.

Vi a Isabella varios días después, cuando caminaba delante de mí hacia la carretera que llevaba a nuestros hogares. Llevaba un libro entre las manos y leía mientras avanzaba. Aquella estúpida iba a tropezar y a romperse el cuello. Me entretuve observándola mientras se movía. Supuse que le debía algo por lo que había hecho por mí. Podía asegurarme de que llegara a salvo a casa desde la escuela. Y era algo que podía hacer sin que me viera. No pensaba volver a hablar con ella; sencillamente era mejor así.

Me sorprendió un poco cuando, de repente, tomó un camino forestal. ¿Qué coño hacía? Me quedé parado en la carretera durante un minuto viéndola desaparecer en el bosque. Esa chica merecía que se la zampara un lince. Finalmente, la seguí con un suspiro de frustración.

Ya había ido antes por ese camino. De hecho, había recorrido cada metro de esas montañas, ya fuera con mi hermano, cuando todavía estaba vivo, o solo. Pero no sabía qué estaba haciendo Isabella, porque ese sendero no llevaba a ningún sitio, solo al borde de un alto acantilado de caliza.

Después de cinco minutos caminando pesadamente por el estrecho camino, dejé atrás los árboles. Ante mí estaba Isabella, dándome la espalda mientras miraba el sol poniente, que, de un brillante color anaranjado, se ocultaba tras el horizonte. Los rayos amarillos y blancos iluminaban las nubes como si estuvieran trazando líneas en el cielo. Este, inundado de colores, se extendía magnífico ante nosotros, casi como si estuviera tratando de compensar la fealdad de nuestras vidas, de nuestras constantes luchas. Y durante un breve y fugaz momento, quizá fuera así. Ojalá pudiera alcanzar esa belleza y conservarla. Ojalá pudiera captar algo tan bueno y quedármelo para siempre.

Isabella estaba sentada en una roca y contemplaba la radiante puesta de sol. Cuando empecé a caminar hacia ella, volvió la cabeza bruscamente en mi dirección al tiempo que dejaba escapar un pequeño chillido, llevándose la mano al pecho con los ojos muy abiertos.

—¡Santo Dios! ¡Me has asustado! Otra vez… ¿Qué te pasa?

—Lo siento. —Me acerqué y me senté a su lado.

Ella puso los ojos en blanco mientras se reclinaba hacia atrás, apoyando las manos en la roca para mirar al cielo una vez más. Permaneció en silencio durante un buen rato. Finalmente, me miró arqueando una ceja.

—Supongo que piensas que si sigues apareciendo donde estoy, acabaré enamorándome de ti.

Una risa de diversión burbujeó en mi garganta, pero seguí estudiándola con una expresión seria. Isabella me sorprendía una y otra vez. Y eso me encantaba.

—Es probable —asentí.

«O quizá sea yo quien me enamore de ti».

La vi reírse por lo bajo, volviendo a mirar al horizonte.

—Lamento decirte que no va a pasar. Me mantengo alejada de los chicos.

Chasqué la lengua.

—Eso es lo que dicen todas.

Me miró con la diversión bailando en sus ojos e iluminando su rostro.

—Mmm… Entonces ¿cuánto tiempo tengo antes de sucumbir a tan fascinantes encantos?

Fingí sopesar la pregunta.

—Una de mis conquistas logró resistirse durante tres semanas.

—Ah… Esa fue un hueso duro de roer. —Arqueó una ceja y me miró por el rabillo del ojo—. ¿Y cómo sabrás que me he rendido?

—Lo sabré por tu mirada… Aparece algo en los ojos. Lo sé muy bien. —Le brindé mi sonrisa más detestable.

Ella sacudió la cabeza como si se sintiera exasperada, pero no dejó de sonreír.

Me aclaré la garganta. Tenía que dejar de coquetear con ella.

—No, ahora en serio. Solo estaba asegurándome de que no requieres mis habilidades en la lucha cuerpo a cuerpo contra los linces. Y, en cualquier caso, te debo una.

Suspiró y sacudió la cabeza.

—No me debes nada. Si me despidieron fue por lo que hice. Tú no tienes la culpa.

—Sí, pero tú no habrías tenido que hacer lo que hiciste si yo no hubiera estado robando sándwiches para viejas borrachas.

—Mmm… —Me miró pensativa—. Entonces, ¿esto se va a convertir en algo normal? ¿Te vas a convertir en el servicio oficial de protección contra linces? Es decir, hasta que caiga rendida a tus encantos y me dejes a un lado como al resto de tus víctimas… Perdón, quiero decir, conquistas —expresó finalmente, arqueando de nuevo una ceja con aire burlón.

Negué moviendo la cabeza.

—¿Algo normal? No, no, definitivamente no. Esta es la última vez que te protejo de los linces. —Me pasé una mano por el pelo—. Suelo quedarme estudiando en el instituto hasta que cierran. Así que, de todas formas, me voy a casa a estas horas todas las tardes. Solo ha sido una coincidencia.

Ella ladeó la cabeza.

—Ah, entiendo. ¿Por qué te quedas a estudiar en el instituto?

—Para no estar tan solo. —No supe por qué dije esas palabras. De hecho, ni siquiera me di cuenta de que las había dicho hasta que salieron.

Isabella me miró con curiosidad.

—¿No vives con tu madre?

—Mi madre no suele hablar mucho.

Isabella me estudió durante un instante.

—Mmm… Bien, te aseguro que esta será la última vez que me protejas de los linces. Es una casualidad que me esté yendo a casa tan tarde, pero hoy fui a preguntar a Alec’s si podía darme trabajo.

—¿Quieres trabajar en Alec’s? Eres demasiado joven para trabajar en un bar.

La vi encogerse de hombros.

—Al no piensa igual. Mi hermana trabaja allí y me dijo que podía hacer algunos turnos extras. Así que ya ves —me sonrió—, no es necesario que te sientas culpable de que me hayan despedido. Ya he conseguido otro trabajo. Aunque sea esporádico.

Fruncí el ceño mientras sentía algo extraño en el pecho. El bar de Alec era un tugurio, un lugar donde solían pasarse drogas. Aun así, estaba bien que hubiera conseguido trabajo. No era algo fácil. Un rato después, se volvió hacia mí.

—Una buena vista, ¿verdad?

Miré al cielo.

—La mejor.

En el rostro de Isabella apareció una expresión de paz mientras me miraba. Cuando vi que separaba los labios, casi no pude respirar.

«¿Creías que solo era una chica guapa? No podías estar más equivocado. Es impresionante».

Una sensación de pánico se extendió por mi pecho.

—Así que ¿quieres saber mi historia? —preguntó después de un rato.

—¿Qué? —pregunté, volviendo a la realidad—. No, no quiero escuchar tu historia. Te he dicho que…

—Vale. No quieres llevarte información inútil cuando te vayas de aquí, pero te aseguro que es una historia muy interesante.

Arqueé una ceja con recelo.

—En este lugar no hay historias interesantes, solo interminables cuentos de tragedias y desgracias. E ineficacia.

Soltó una risita corta al tiempo que movía la cabeza con un intenso brillo en sus ojos verdes. Su piel parecía radiante por la puesta del sol, que también arrancaba reflejos dorados a su pelo oscuro. Cuando miró hacia otro lado, me permití bajar la vista a sus pechos. Mi pene revivió dentro de los vaqueros y me moví incómodo.

—No es solo mía, así que en realidad no debería contártela, pero bueno… —Continuó mirando el horizonte mientras yo estudiaba su perfil—. Lo cierto, Edward, es que mi padre es un príncipe ruso. —Arqueó las cejas y miró a su alrededor como si estuviera comprobando que no había nadie—. Hay una disputa en relación con el título de mi padre y ciertas tierras. —Movió la mano en el aire—. Es algo muy complicado que implica ciertas leyes de la aristocracia rusa que no entenderías, pero mientras tanto, mi padre nos está escondiendo aquí; piensa que estaremos más seguras hasta que se solucione ese tema. —Se inclinó hacia mí—. Sé que la caravana parece muy humilde, pero es una tapadera. Una vez entras, aunque el interior es pequeño, está lleno de lujos de arriba abajo. Y… —abrió mucho los ojos— es donde se ocultan las joyas de la familia real. —Me guiñó un ojo y me eché a reír. Estaba siendo ridícula, y a mí me encantaba. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que había hecho algo tan… tonto? Abrió todavía más los ojos cuando vio mi expresión y luego me devolvió la sonrisa.

Nos miramos el uno al otro durante un minuto, y algo fluyó entre nosotros. Aparté la vista primero, sin saber por qué.

—Así que las joyas de la familia real, ¿no? ¿Estás segura de que puedes confiarme esa información? Ya soy un conocido ladrón de sándwiches.

Ella ladeó la cabeza.

—Sí —dijo muy seria, bajando la voz—. Tengo la sensación de que eres digno de confianza.

Nos miramos el uno al otro durante un rato. Algo se aceleró en mi interior, algo que me parecía peligroso, aunque que no supe qué era exactamente. De lo que estaba seguro era de que no me gustaba nada. Era necesario que rompiera ese maldito hechizo.

—También yo te confiaré las joyas de la familia —dije después de un rato guiñándole un ojo, tratando de aligerar aquella extraña conexión que fluía entre nosotros—. Espero poder mostrártelas en algún momento.

Isabella dejó caer la cabeza hacia atrás y se rio. Estaba preguntándome cómo sonaría su risa y ahora lo sabía. De repente, entendí que hubiera sido mejor no saberlo.

Mucho mejor. Porque quería perderme en aquella risa burbujeante. Inundó mi pecho la misma sensación de alarma que antes, solo que ahora era más intensa. Me senté más recto, mi instinto me decía que necesitaba reaccionar.

La expresión de Isabella cambió, como si notara mi agitación interna. «Eso es ridículo». Miré cómo se levantaba.

—Ven aquí —me llamó, dándome la espalda—. Quiero enseñarte algo.

Me puse en pie y la seguí hasta una roca enorme. La vi ir hasta el frente de esta y luego se agachó, desapareciendo de mi vista. Me incliné con cautela y vi una pequeña cueva oscura. La ansiedad me inundó, haciendo que me echara hacia atrás. Isabella asomó la cabeza con una sonrisa de oreja a oreja.

—Ven, entra. Es lo suficientemente grande para que quepamos los dos. Quiero enseñarte algo.

—No —repuse con más dureza de la que pretendía. Mi voz borró su sonrisa antes de que se arrastrara en cuclillas para salir de la oquedad. Se levantó mirándome con preocupación. Me di cuenta de que tenía los puños cerrados y el cuerpo tenso. Me relajé metiéndome las manos en los bolsillos.

—Lo siento —susurró—. ¿No te gustan los espacios pequeños? Es que…

—No es eso —repliqué con desdén.

Me puso la mano en el hombro y me estremecí con timidez ante el contacto. Cerré los ojos brevemente y luego los abrí. Me alejé de ella.
Isabella me observó con intensidad durante un momento.

—Ahí dentro hay algunos dibujos en la pared —explicó finalmente, encogiéndose de hombros—. Están casi borrados, quizá los hizo alguien hace mucho tiempo, pero ¿quién sabe? Tal vez una familia vivió en esa cueva hace miles de años.

—Cientos de miles.

—¿Qué?

—Los hombres vivían en cavernas hace cientos de miles de años, no miles.

Se puso las manos en las caderas.

—De acuerdo, sabiondo. —Arqueó una de sus delicadas cejas y emitió una risita cantarina.

—Vamos, princesa Isabella, será mejor que regresemos a la carretera antes de que oscurezca por completo. —Intenté decirlo en tono casual. Era evidente que Isabella se había dado cuenta de mi extraño comportamiento ante la pequeña cueva.

El sol casi se había puesto y en el crepúsculo el cielo había adquirido un profundo tono azul, en el que aparecían las primeras estrellas. Parecía que Isabella se sentía cómoda de nuevo, y esbozó una sonrisa al tiempo que me hacía un gesto con la cabeza.

Se ajustó la mochila y se le cayó un libro por un lado, que había cerrado todo lo posible con un imperdible. Un puto imperdible. Ver aquello me cabreó.

—Vaya… —Se inclinó para recogerlo al mismo tiempo que yo y los dos nos reímos cuando nuestras cabezas chocaron. Se frotó el lugar del golpe y volvió a soltar una risita—. Ese encanto de nuevo. Hoy es mi día.

Me reí.

—No me digas que no te lo advertí. —Cogí el libro y se lo tendí—. ¿Jasper Marner: el pastor de Rave? (titulo original es Silas Mamer)

Nuestros ojos se encontraron mientras asentía moviendo la cabeza.

—He leído mucho —dijo cogiendo el libro y metiéndolo en la mochila. Parecía incómoda—. Sin embargo, en la biblioteca de Dennville no hay una gran selección, por lo que he tenido que leer alguno dos veces.

—¿Ese, por ejemplo? —Señalé su mochila con la cabeza.

Nos pusimos a caminar de nuevo.

—Sí, este ya lo he leído antes.

—¿De qué va?

Permaneció en silencio tanto tiempo que pensé que no me iba a contestar. A decir verdad, no me importaba escuchar lo que fuera sobre ese pastor. Isabella podría contarme cualquier cosa. Lo que yo quería era escuchar su hermosa voz en el frío aire de la montaña, y me gustaba lo que ella decía. Era una chica diferente. Me sorprendía con las palabras que salían de su boca, me gustaba oírla. De hecho, me gustaba demasiado.

—Se trata de Jasper Marner…

Me detuve.

—¿Jasper?

Isabella se quedó quieta también, mirándome con curiosidad.

—Sí, ¿qué pasa?

Negué con la cabeza y los dos empezamos a caminar de nuevo.

—Nada. Era el nombre de mi hermano.

Isabella se mordió el labio mientras me miraba con una expresión de simpatía. Debía de saber que mi hermano había estado en la mina ese día.

—Sí, creo que lo recuerdo. —Sonrió—. Quizá tu madre leyó este libro y le gustó el nombre.

Negué moviendo la cabeza.

—No es posible… Mi madre no sabe leer.

—Oh… —Me miró y luego se quedó en silencio durante un rato—. Sé que ocurrió hace años, pero… —Me tocó el brazo y me lo apretó un poco. Luego retiró la mano—. Siento mucho tu pérdida, Edward.

—Gracias, aprecio tus palabras —dije, aclarándome la garganta.

Después flotó entre nosotros una especie de incómodo silencio durante unos minutos, mientras pasábamos ante mi casa a oscuras.

—¿Qué le pasaba a ese tal Jasper Marner?

—Mmm… Bueno, vivía en un barrio pobre de Inglaterra y, bueno, su amigo lo acusó de robar, aunque no era cierto. Lo condenaron, y la mujer con la que estaba comprometido se casó con su mejor amigo.

—Dios, menudo dramón. Me alegro de que hayas encontrado la manera de escapar de la dureza de Dennville.

El dulce sonido de la risa de Isabella hizo que me diera un vuelco el corazón y la miré. De alguna forma, conseguir que ella se riera me hacía sentir orgulloso.

«Esto no es bueno. De hecho, es muy, muy malo».

Llegamos ante la caravana de Isabella y nos detuvimos. Ella se apoyó en un árbol, al lado de la carretera.

—Bueno, él se fue de la ciudad y se instaló cerca del pequeño pueblo de Rave. Se convirtió en una especie de ermitaño, llegando a parecer que estaba ocultándose, incluso de Dios. —Inconscientemente me incliné para no perderme ni una palabra. Ella ladeó la cabeza mientras su mirada se perdía en la distancia. Luego se volvió hacia mí y abrió mucho los ojos—. Pero una noche de invierno, su vida cambió…

—¡Isabella! —gritó alguien desde el interior del remolque. Una mujer mayor con el cabello largo, del mismo color que el de Isabella—. Hace frío fuera. Ven adentro.

—Ya voy, mamá —repuso Isabella antes de mirarme con una expresión de preocupación.

No recordaba haber visto a su madre desde hacía mucho tiempo. No debía de salir a menudo del remolque.

—Me tengo que ir —me dijo—. Ya nos veremos por ahí, Edward.

Dicho eso, se dio la vuelta y me dejó solo. Corrió al interior de la caravana con tanta rapidez que su repentina ausencia me provocó una profunda sensación de pérdida. Me quedé mirando el vehículo durante varios minutos antes de darme la vuelta para dirigirme a casa, con el viento frío azotándome la espalda.


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Hola todas perdón por no actualizar anteriormente que les ha parecido la adaptación me gustaría saber su opinión de esta adaptación. Muchas gracias por lo comentarios anteriores nos vemos mañana en otro capitulo asi es mañana actualizare nos vemos.

3 comentarios:

Unknown dijo...

Emociomada por el siguiente capitulo ����

beata dijo...

Me encanta, espero el siguiente capìtulo

Anónimo dijo...

Aaaa!!! Será uno de esos mal día de bella :/
Bueno edward ya siente un MUY ALGO por bella 7u7
Espero verlos ya juntos :D

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina