viernes, 12 de enero de 2018

Dulce Arrogante Capitulo 17

Capitulo 17
Isabella

Sabía quién era por el tono de su voz. Afortunadamente, no le daba la cara, así que podía escuchar toda la conversación sin tener que fingir que no me molestaba profundamente. Era bastante malo que otra mujer llamara a su teléfono a las siete de la mañana mientras estaba acostado en mi cama, pero la madre de su hija era otra cosa.

¿Es así como sería? Edward no era el tipo de hombre que ignoraría una llamada telefónica si la mujer que tenía la custodia de su hija estaba llamando. Esta perra que le había quitado años de ver crecer a su hija podía ahora interrumpir su vida a cualquier hora del día. No tenía ninguna duda de que ella lo utilizaría a su mayor ventaja, también.

—Haré arreglos para que un laboratorio privado vaya a tu casa el lunes a las diez.

Estaba en silencio mientras escuchaba. Oí el sonido de su voz, pero no pude distinguir las palabras. Hubo algunos intercambios más cortos, y luego justo antes de colgar, su voz se suavizó.


—¿Cómo está ella?

Me dolía el corazón por él.

Después, me quedé callada unos minutos, dándole tiempo. Cuando finalmente hablé, aún le daba la espalda.

—¿Estás bien?

Edward me abrazó por detrás y me besó en el hombro.

—Estoy bien. Lo siento por eso. Estaba llamando para hacer arreglos para la prueba de ADN.

Me volví y lo enfrenté.

—Todavía está enamorada de ti.

Miró hacia abajo.

—No estoy seguro de que Tanya sea capaz de amar.

—Es hermosa.

—No te llega a los talones.

—Es inteligente.

—Me gustan más del tipo sabelotodo.

Eso me hizo sonreír. Hasta que pensé en otras cosas en las que Tanya me ganaba.

—Fue tu prometida.

—Sin compromiso, es simplemente una pieza de joyería.

No tengo ni idea de dónde salió eso, mi lado masoquista, supongo.

—¿Te pusiste de rodillas y se lo propusiste?

—Isabella...

—Necesito saber.

—¿Por qué?

—No tengo idea. Solamente lo hago.

—De hecho, no lo hice. Era más un negocio que romántico. La llevé a Tiffany’s y ella escogió su propio anillo.

—Oh.

—Cuando nos separamos, Meme no pareció demasiado sorprendida. Un día, durante el almuerzo, me preguntó por qué no le había dado a Tanya su anillo de compromiso. La idea nunca se me había ocurrido, para ser honesto. Meme me había dado su anillo cuando cumplí veintiún años y me dijo que pertenecía a quienquiera que finalmente le diera mi corazón. El anillo de mi abuela era pequeño y sencillo. No fue hasta que la relación había terminado y Meme había señalado lo obvio para mí cuando entendí el significado. Nunca hubo una pregunta en mi mente, en la elección entre un pequeño anillo que significaba mucho para mí y una roca llamativa, Tanya hubiera preferido tener esa roca. Y yo sabía lo suficiente para no darle el anillo de mi abuela. Pero no me detuve a pensar en lo que eso decía sobre quién era ella.

—Vaya. Parece una verdadera perra.

Edward rió. Fue bueno oírlo.

—Eso es lo que más me gusta de ti, Isabella. Lo dices como si lo vieras.
La primera vez que me lo hiciste, me enojé, pero también me puso duro como una roca.

Envolví mis manos alrededor de su cuello y le di una sonrisa juguetona.

—Eres un estirado que ni siquiera recuerda el nombre de su secretaria.

Edward entrecerró los ojos y rápidamente se movió. Sus labios fueron a mi cuello.

—Sigue.

—La mayoría de las veces, ni siquiera te das cuenta de las personas que te rodean.

—¿Es así? —Su voz era grave y su boca mordisqueó hasta mi oreja.

—Crees que las mujeres deberían simplemente abrir las piernas por ti.
Su mano acarició mi cuerpo, aterrizando en mi muslo desnudo. Me habló directamente en el oído mientras me empujaba las piernas.

—Ábrete para mí, Isabella.

Intenté no hacerlo. Realmente lo hice. Pero esa voz...

—Ábrete para mí, Isabella. Necesito oírte gemir mi nombre.

—Estás tan seguro de que puedes... —Bajó su cuerpo por la cama, acomodando sus hombros entre mis piernas. Ya estaba húmeda, y su cálida respiración allí disparó fuego a través de mi cuerpo. Rápidamente abrí mis piernas.

***

Por la tarde, toda la confianza en nuestra relación que esta mañana había instalado ya estaba comenzando a disiparse. Alice me hizo hacer recados para ella desde la hora del almuerzo. En la fila del banco, el hombre frente a mí estaba con su hija. Probablemente tenía la misma edad que Chloe. Sentado en el tren siete en mi camino a la imprenta, una pareja estaba sentada frente a mí. Su hija se aferraba al poste, dando vueltas y vueltas. Probablemente no fue un momento profundo para ellos, pero para mí, vi una familia feliz. Los recordatorios estaban por todas partes.

Después de mi último recado del día, estaba en la plataforma esperando que llegara mi tren con rumbo al sur. Al otro lado de la pista, llegó el tren siete con dirección al norte. La palabra al lado del siete llamó mi atención. Queens. Sin pensarlo, subí, justo cuando las puertas se cerraban.

¿Qué demonios estaba haciendo? No lo había visto en ocho años. Por lo que sabía, tal vez ni siquiera viviera en Queens. Cuando salí a la estación de la calle sexagésimo primera, un tren hacia el norte estaba deteniéndose. Mirando a través, consideré volver por donde acababa de venir. Lo pensé durante tanto tiempo, que al final las personas tuvieron que caminar alrededor de mí mientras yo estaba congelada en el lugar viendo el tren alejarse.

Su casa estaba a solo ocho cuadras de la estación. Alrededor de la tercera, mi teléfono zumbó, y el nombre de Edward brilló en la pantalla. Mi dedo se detuvo sobre el botón RECHAZAR, pero luego recordé lo que le dije anoche. Que estaría allí para él. No lo evitaría más.

—Hola.

—Hola, preciosa. ¿Qué tal tu día?

Estaba en el cruce esperando que la luz se volviera verde.

—Ocupado. Alice me hizo correr por toda la ciudad haciendo recados. — Justo en ese momento, la luz cambió, y salí de la cuneta. De la nada, un taxi se detuvo frente a mí, a menos de un centímetro de los dedos de mis pies. Golpeé el maletero del auto amarillo—. Oye, imbécil. ¡Mira hacia dónde vas!

—¿Isabella?

—Sí. Lo siento. Un taxista casi acaba de atropellar mi pie.

—¿Todavía estás en Manhattan?

—En realidad no.

—Oh. Bueno. Terminé una reunión en Brooklyn. ¿Dónde estás? Te recogeré, ¿y podemos buscar algo para cenar?

Estuve callada por un minuto.

—No estoy en Brooklyn.

—¿Dónde estás?

—Queens.

—Oh. No sabía que todavía estabas haciendo recados.

—No lo estoy. —Tragué—. Voy a ver a mi padre.

Edward no me preguntó por qué iba; La razón era bastante obvia.
Hablamos durante el resto de la caminata, y le dije que le mandaría un mensaje cuando terminara para que pudiéramos cenar. Cuando colgué, me detuve, dándome cuenta de que la casa de mi padre estaba a solo dos puertas. ¿Qué iba a decir?

No tenía sentido del tiempo mientras estaba allí de pie, pero debía haber pasado por lo menos media hora mirando su casa. Mis emociones estaban completamente fuera de control, y en serio, no tenía idea de qué demonios iba a decir, pero estaba segura de que necesitaba hacer esto. A la mierda. Caminé hasta su puerta, respiré hondo y golpeé. Mi corazón se aceleraba  esperaba. Cuando nadie llegó a la puerta, al principio me sentí aliviada. Estaba a punto de dar la vuelta y salir cuando la puerta se abrió.

—¿Puedo ayudarte? —Sue entrecerró los ojos, y entonces sus ojos se agrandaron—. Oh Dios. Isabella. Siento no haberte reconocido.

Forcé una sonrisa.

—¿Está mi padre aquí? —De repente me entró pánico y no quería nada más que irme. Por favor, di que no. Por favor, di que no.

—Sí. Está arriba luchando con la puerta del armario que se salió de la bisagra. Creo que está perdiendo. —Sonrió cálidamente y se apartó—. Entra. Subiré a buscarlo. Va a estar tan emocionado de que estés aquí.

Me quedé justo en la entrada, no era diferente de como me habría sentido entrando en la casa de un extraño por primera vez. Es lo que esencialmente era. Un extraño. Las paredes estaban llenas de fotos familiares. La nueva familia de mi padre. Estaban sonriendo y riendo en cada foto. Ni una sola foto de mi hermana o de mí. No debería haber venido.

Una voz que no había escuchado en años interrumpió mi debate interno para huir.

—Isabella. —Mi padre estaba a mitad de la escalera mientras hablaba— . ¿Está todo bien?

Asentí.

—¿Tu madre está bien?

Eso me molestó.

—Ella está bien.

Charlie Swan caminó hacia mí, quitando mi ya insegura confianza. Por un segundo, pensé que iba a abrazarme. Pero cuando doblé mis brazos sobre mi pecho, él pareció tomar la indirecta.

—Esta es una agradable sorpresa. Ha pasado mucho tiempo. Mírate, ya has crecido. Te pareces a tu tía Annette. Eres hermosa.

—Me parezco a mi madre. —Sus genes no estaban recibiendo crédito por nada bueno.

Asintió.

—Sí, tienes razón, así es.

Los ocho años que pasaron fueron amables con mi padre. Ahora tenía más de cincuenta años. Unas pocas manchas plateadas salpicaban su gruesa melena negra, pero su piel oliva no había envejecido mucho. Era un hombre en forma; correr había sido su escape cuando éramos niños, y parecía que lo había mantenido.

—Ven. Vamos a sentarnos. —Vacilantemente, lo seguí hasta la cocina—. ¿Café?

—Sí. —Nos sirvió dos tazas y me dio un biscotti. Mi madre nunca nos dejó tomar café cuando éramos pequeños. Pero el lado de la familia Swan estaba fuera del barco de Sicilia; ellos pensaban que, si eras bastante grande para sostener la taza, debía ser llenada de café. Lo mismo pasaba con la copa de vino. Los mejores recuerdos de mi padre eran nuestras mañanas juntos en la cocina después de que mamá se fuera a trabajar. Papá y yo nos sentábamos a la mesa hablando mientras bebíamos café y comíamos biscotti antes de irme a la escuela. Incluso me levantaba temprano en el verano para sentarme allí con él. Después de marcharse, evité la mesa de la cocina por las mañanas porque me preguntaba si estaba compartiendo café con Leah, su nueva hija.

—Entonces, ¿cómo estás?

—Bien.

Asintió. Había aparecido en su puerta, pero estaba cerrando cualquier conversación que él iniciara.

Unos minutos después, volvió a intentarlo.

—¿Sigues viviendo en Brooklyn?

—Sí.

Asintió. Luego, unos minutos más tarde.

—¿A qué te dedicas?

—Trabajo para un columnista de consejos.

—Eso suena interesante.

—No lo es.

Unos minutos más pasaron.

—¿Estás saliendo con alguien?

Edward me había llamado su novia la otra noche, pero nunca lo había dicho en voz alta.

—Tengo novio.

—¿Las cosas son serias?

Lo pensé durante un minuto. Eran serias. Puede que solo nos conociéramos durante un mes, pero era la relación más seria en la que había estado jamás.

—Lo son.

Mi padre sonrió.

—Se enteró de que tiene una hija de la que no sabía nada con su ex prometida.

La sonrisa de mi padre se desvaneció. Cerró los ojos brevemente, luego los abrió asintiendo como si todo tuviera sentido finalmente.

Respiró hondo y soltó un ruido de aire.

—He cometido muchos errores en mi vida, Isabella. Hice cosas de las que no estoy orgulloso.

—Como engañar a mi madre.

Asintió.

—Sí. Como engañar a tu madre.

—Nos dejaste. ¿Cómo dejas a tus hijos?

—Te lo dije. Hice cosas de las que no estoy orgulloso.

—¿Te arrepientes?

—Lamento lastimarte, sí.

—Eso no es lo que pregunté. ¿Te arrepientes de la decisión que tomaste? ¿Elegir a una mujer sobre tus hijas? ¿Tomar a una familia diferente como tuya y nunca mirar atrás?

—Eso no es así, Isabella.

Mi voz se hizo más fuerte.

—Responde la pregunta. ¿Miras atrás y deseas haber tomado una decisión diferente?

Me miró avergonzado, pero respondió honestamente.

—No.

Sentí como si alguien me hubiera golpeado el estómago.

—¿Alguna vez has amado a mi madre?

—Sí. La quería mucho.

—¿Y si Sue no te hubiera querido?

—¿Que me estas preguntando?

—¿Te habrías quedado con mi madre si Sue no te hubiera querido?

—No puedo responder a eso, Isabella. No fue así.

—¿Eras feliz con mi madre?

—Sí. Lo fuimos un tiempo.

—Hasta que llegó Sue.

—No es justo. Es más complicado que eso.

Me puse de pie.

—No debería haber venido. Fue un error.

Mi padre se puso de pie.

—Los errores fueron todos míos, Isabella. —Me miró directamente a los ojos mientras decía sus siguientes palabras—. Te amo.

Todo lo de los últimos días estaba saliendo a la superficie. Se sentía como si hubiera un tsunami, y yo estaba a punto de ser absorbida si no corría. Así que lo hice. Salí corriendo como alma que lleva el diablo de su casa. No era el momento más maduro de mi vida, pero no había manera de dejar que ese hombre me viera llorar. Pasé por los retratos de la familia, abrí la puerta principal y bajé los peldaños de dos en dos. Mis ojos ardían, la garganta se sentía como si se estuviera cerrando, y mi pecho se contraía. Estaba tan decidida a escapar tan rápido como pudiera, que ni siquiera estaba prestando atención a donde iba. Es por eso que no vi al hombre que estaba parado en la acera hasta que me envolvió en sus brazos.




4 comentarios:

cari dijo...

Q feo lo d su papá pero es comprensible x q lo hizo quería saber y salir d dudas aun q le dolió mucho la respuesta del papá digamos q para salir d dudas bien pensado Bella, gracias 😘❤

Anónimo dijo...

Pff... odio a Charlie!!!
Nunca he entendido por qué hacen eso, es decir no ven lo que pierden :/
Pero bueno.
Gracias por el capi :)

Laura Natalia dijo...

Q mal por Bella tratando d rnyender a su padre y el le sale con eso.

Dess Cullen dijo...

Qué cabrones son los hombres como padres.... (El 90%, no todos).
Son egoístas y no miran los sentimientos de las hijas...
Las mamás, no hacenos esas cosas... (Al 99%)

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina