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viernes, 31 de marzo de 2017

Capítulo 2 Tomando Instrucciones

CAPÍTULO 2

Oh Dios. El cuerpo de Isabella era aún más bello de lo que Edward había imaginado, de lo que había sido en muchas de sus fantasías. Su largo pelo negro caía sobre sus hombros delicados hasta su fina cintura. Sus pechos eran grandes, sus pezones  altos  e impertinentes. Cada pedacito de su cuerpo era firme y tonificado desde sus  hombros a sus tobillos. Y si pudiera verlo, apostaría que tendría un buen culo también.
—Hola, profesor. —Isabella apoyó las manos a cada lado de ella en el escritorio. — Necesito ayuda con una asignación—agregó en un ronroneo.
Las palabras no venían a Edward. No podía moverse. Tal vez debería intentar recoger la mandíbula del piso, pero en ese momento se sentía como si fuera necesario un esfuerzo monumental para hacerlo.
Isabella se deslizó de la mesa y su corazón se aceleró cuando ella caminó  lentamente hacia él. Sus caderas tenían un balanceo natural y cuanto más se acercaba, incluso podía decir que sus pezones estaban tensos y pidiendo ser chupados.
Su polla estaba tan dura que era un milagro que no se viniera en sus pantalones.
Cuando Isabella estaba tal vez a una pulgada de él, extendió la mano y deslizó sus manos en su pelo. La sensación fue tan erótica que casi gimió en voz alta.
—¿Sabes lo sexy que eres? —Susurró mientras traía su cabeza hacia abajo de  modo que sus labios se acercaran.
—Isabella. No. No podemos…— comenzó cuando ella lo tiró hacia abajo para que sus labios se encontraran.
Él estaba perdido.
No había vuelta atrás.
Isabella le mordió el labio inferior y él gimió. Ella inmediatamente deslizó la lengua en su boca.
Casi sin darse cuenta, llevó las manos a su culo y apretó su cuerpo tan cerca que sintió su
pezones a través de su camisa. Apretó su polla contra su vientre y ella gimió en su boca y lo besó aún con más pasión.
Edward no pudo evitar la sensación de satisfacción que le dio tener a Isabella donde estaba. Ella hizo pequeños sonidos de lloriqueo mientra apretaba las mejillas de su  culo con las manos y la besaba con dominio y control.
Si Isabella Swan quería jugar, estaba malditamente seguro de mostrarle con exactitud como jugaba él.
Isabella no podía creer la intensidad que el profesor Cullen estaba poniendo en su beso. Ella no había estado segura de cómo reaccionaría al encontrarla en su oficina, desnuda, pero ahora lo sabía.



Dios, era un besador increíble. La forma en que la sostenía, la forma en que su boca tomó el control de la suya, era total y completamente dominante y la encendió más, si eso era posible.
Él negó con la cabeza, como si estuviera saliendo de un sueño.
—¿Cuántos años tienes, Isabella?
Su corazón latió un poco más rápido.
—¿Importa?
Él frunció el ceño.
—Sabes que lo hace. Si quieres jugar conmigo, juegas con mis reglas.
El acero de su voz avivó el fuego dentro de ella. Se sintió traviesa. Encantada y avergonzada. Y obligada a responder.
—Acabo de cumplir los veinte años—dijo mientras cogía el botón de sus  pantalones.
—Edad suficiente para saber lo que quiero cuando lo veo.
—No es edad suficiente para beber—dijo mientras se acercaba y cogía un puñado de su pelo, la expresión de su mirada intensa. —Pero edad suficiente para follar.
Sus muslos se volvieron húmedos y las emociones  rodaron a través de su vientre.
—Malditamente correcto.
—Tienes que entender algo, Isabella. —Su puño agarró con más fuerza el pelo. —No dejo de ser el profesor cuando dejo el podio. Cuando se trata de sexo, la clase es mía también. Yo soy el jefe. Lo que digo se hace. Si no puedes vivir con eso, vete ahora.

Ella se estremeció y no fue porque estaba desnuda. Fue la emoción causada por sus palabras. La
forma en que habló con ella fue tan caliente.
—Voy a hacer lo que quieras.
Le soltó el pelo y  llevó la mano entre los dos para deslizar los dedos en su coño.
Isabella quedó sin aliento por tan inmediato y atrevido movimiento y echó la cabeza hacia atrás, rompiendo el beso. Arrastró su boca desde su barbilla a lo largo de su cuello. Lentos, eróticos besos que la pusieron más húmeda que nunca.
Y su olor picante y masculino.
Ella montó su mano duro mientras frotaba las palmas sobre sus hombros y sus brazos. No se cansaba de tocarlo.
—Bien—murmuró, mientras su boca se acercaba a su pecho. —Salvaje. Me gusta salvaje.
Isabella le apretó el bíceps y gimió. Todo lo que decía la encendía, superando todos los sueños húmedos que había tenido sobre él.
Le pellizcó el clítoris y ella dio un pequeño grito de sorpresa y excitación.



—Dime lo que realmente quieres, Isabella.
¿Acaso no era obvio? Ella quería su polla en su interior tanto que apenas podía soportar la espera. —Yo-yo quiero que me folles.
—Menos de dos puntos, y esa es la única vez que voy a ser agradable—dijo mientras sus labios se frotaban sobre su pezón. —No soy todo lo que quieres. Tenías fantasías antes de conocerme. Dime esas fantasías.
Sintió un poco de calor subir por su cuello al mismo tiempo que se aferraba a sus hombros con más fuerza.
—He fantaseado acerca de ti follándome en el aula. —Gritó cuando él mordió su pezón. —Doblándome directamente sobre el podio.
Dio lo que sonó como un gruñido de aprobación mientras continuaba volviéndola loca con su boca y manos.
—¿Qué más?
—Um...
—Isabella…—Su tono sostenía una nota de advertencia mientras le pellizcaba el clítoris de nuevo.
—He pensado en tener sexo contigo en un lugar público. —Gritó al tiempo que tocaba el lugar correcto con los dedos. —Y en tu casa. —Nadie nunca la había hecho actuar así. —Oh, Dios, profesor Cullen. Sí, allí mismo—se retorcía contra su mano— ahí.
Él dio una risa suave mientras trazaba su pezón con la lengua.
—La Sra. Swan, ha sido una muy mala chica. —Movió los dedos de su clítoris y   los puso dentro de su núcleo. —No tienes permitido llegar al orgasmo hasta que yo de el permiso. —Él le mordió suavemente el pezón. —¿Entiendes,  Sra. Swan?
Isabella se retorció aún más.
—Sí, profesor. —Sus palabras salieron en un jadeo pesado—Voy a hacer todo lo que desee.
Le mordió el otro pezón y ella gritó, esta vez más fuerte.
—Vas a tener que estar en silencio—dijo mientras lamía el lugar que acababa de morder. —O voy a tener que darte otro castigo.
La forma en que dijo castigo envió una emoción a través de ella que fue directamente a su coño.
—Maldita sea, estás mojada—dijo mientras movía la cabeza arriba de sus pechos y hundió el rostro en su cabello. Sacó los dedos de su núcleo y ella hizo un sonido de decepción.
—Arrodíllate. Ahora—dijo en un tono de completa autoridad.



Una sacudida de sorpresa y emoción se disparó a través Isabella. Si había pensado que tenía algún control sobre lo que estaba ocurriendo entre ellos, estaba recibiendo una llamada de atención. Este hombre no perdía el tiempo.
Ella cayó de rodillas en la fina alfombra industrial de su oficina. Lo miró mientras la empujaba
hacia abajo sobre sus hombros, guiándola a la posición en que la quería. Sus ojos eran como fuego azul, sus rasgos intensos, su mandíbula rígida. Ver el poder apenas contenido en su rostro la hizo temblar y la emoción corrió desde su vientre hasta el centro entre sus muslos de nuevo.
Se obligó a apartar su mirada de él hacia el botón de sus pantalones. Dios, su erección era enorme. Ella no podía esperar a ver qué se sentía al tener un verdadero hombre, un hombre verdaderamente grande, dentro de ella.
Ella agarró su polla a través de sus pantalones, sintiendo la longitud y el grosor de él. Su boca se hizo agua y él siseó entre dientes.
—Desabróchame los pantalones .Ahora, Sra. Swan.
Ella se estremeció de emoción, amando la manera en que seguía desempeñando su papel con ella. Él era el maestro y ella su alumna.
Isabella le desabrochó los pantalones con facilidad y abrió la cremallera. No llevaba ropa interior y su polla liberada de sus confines estaba justo en frente de sus labios  en un instante.
—Chúpame la polla, Sra. Swan. —El puño de su mano en el pelo era lo suficientemente apretado para que lo sintiera en sus raíces. —Y mírame.
Su cuerpo entero era una carga eléctrica mientras ella obedecía. Cuando ella agarró su pene con una mano  sentía la piel suave sobre la dureza de su erección.
Fue para ella una inmensa satisfacción que él gimiera cuando tomó su polla en su boca. Probó la pre-eyaculación en la cabeza de su erección antes que el sabor salado  de su piel.
Ella movió la mano al mismo tiempo que su boca mientras lo miraba. La intensidad de su mirada mientra veía su polla deslizar dentro y fuera de su boca era casi más de lo que podía soportar.
Empuñó su pelo más fuerte y empezó a follar su boca empujando las caderas hacia adelante. Lo tomó tan profundo como pudo. Era muy grande.
Isabella estaba tan malditamente excitada que se tenía que venir. Deslizó los dedos de su mano libre en sus pliegues y comenzó a acariciar su clítoris.
Dejó de mover las caderas y sacó su polla de su boca.
—Yo no te di permiso para masturbarte, Sra. Swan. No te toques sin autorización. ¿Entiendes?



—Está bien. —Isabella retiró la mano, de alguna manera sintiendo la necesidad de obedecer todo lo que le decía.
—Cuando me responda, diga—Sí, profesor. —La miró tan poderoso y dominante que Isabella
se estremeció, no de miedo sino de la lujuria. —¿Está claro?
—Sí—dijo.
Él arqueó una ceja.
—Sí, ¿qué?
Ella tomó una respiración profunda.
—Sí, profesor Cullen.
Le regaló una sonrisa tan sensual que ella la sintió por todo su cuerpo. Miró su reloj, luego
de nuevo a ella.
—Vístete,  Sra. Swan.
—¿Qué? —El impacto en su voz era evidente.
Metió la erección de nuevo en sus pantalones, subió la cremallera  y  los abotonó.
—No te dirigiste a mí adecuadamente. Con la desobediencia viene el castigo.
Oh Por Dios, ¿en qué se había metido? Pero tenía que  admitir  que estaba más caliente de lo que jamás había estado en su vida.
Isabella tragó saliva.
—Uh, sí, el profesor Cullen. ¿Por qué quieres que me ponga mi ropa? Cruzó los brazos sobre su pecho y le dio una mirada severa.
—Sra. Swan, tendrá que obedecerme sin cuestionar nada si desea continuar con esto, ¿está claro?
Dios, no quería  que esto terminara.
—Sí, profesor Cullen.
Él sonrió de nuevo y le acarició la parte superior de la cabeza.
—Bueno. Te voy a dar instrucciones para llegar a mi casa. Si deseas continuar donde lo dejamos, estarás esperando. Desnuda. —Mientras estaba de rodillas, su corazón latía como loco, él se movió en torno a su escritorio. Abrió el cajón del centro y deslizó algunas cosas. —Tengo una reunión de profesores ahora. —Él trajo una llave plateada, la llevó a donde ella estaba de rodillas y se la entregó. —¿Sabes cocinar?
Maldita sea. Esa era otra cosa en que era muy buena.
—Sí, profesor.
Comenzó escribiendo en un pedazo de papel.
—Prepara algo de comer para nosotros, lo que quieras.



Ella tomó el papel cuando se lo entregó.
—Sí, profesor.
La agarró por los hombros y la atrajo de tal manera que ella estaba de pie. Su cuerpo se estremeció como un loco cuando rozó sus labios sobre los de ella. Sus ojos eran aún muy oscuros, casi ahumados.
—Te veré cuando llegue a casa, Sra. Swan.
—Sí, profesor—susurró mientras él recogía su maletín. Abrió la puerta, salió y cerró con fuerza detrás de él.
Isabella se dejó caer en una silla frente a su escritorio.
—Wow—fue lo único que podía pensar en decir mientras estaba sentada allí, aturdida por un momento. ¿Qué diablos acababa de pasar? ¿Si ella iba a su casa podría estar metiéndose  más profundo de lo que debería?
Maldita sea.
Ella se levantó de la silla, se dio prisa con su ropa y salió de la oficina lo más rápido que pudo.


* * * * *

Edward sonrió cuando se dirigía a su casa. Había cambiado las tornas con Isabella Swan. Se preguntó si estaría esperándolo cuando llegara allí o si ella se había escapado.
Estaba dispuesto a apostar dinero a que le estaba esperando, tal y como le había ordenado. La forma en que le había obedecido sin cuestionamientos en su oficina, le dijo un montón de cosas, incluyendo el hecho de que la pequeña señorita Swan podía ser agresiva en el exterior, pero por dentro era una sumisa nacida, hasta la médula.
Su casa estaba en un lote de un acre en las afueras de Tucson. Había comprado la propiedad antes de que los precios de la vivienda y la población hubieran explotado en la zona y se alegró de su semi-personalizada casa construida con algunos espacio para respirar. Y a una distancia suficiente de sus vecinos para que no pudieran escuchar los gritos de Isabella.
Los gritos de éxtasis. Le iba a enseñar a esa chica sobre el verdadero placer.
Cuando conducía en su camino de entrada, no se sorprendió al ver el pequeño auto deportivo rojo esperando delante. Ardiente y deportivo, al igual que su dueña.
En el momento en que entró en su casa, su estómago gruñó. Aroma a carne asada y verduras venía de la cocina, junto con algo que olía como a tortillas frescas de harina.
Él puso su maletín en el suelo y deposito las llaves en la mesa de entrada.



Edward pasó junto a la sala formal y comedor hacia la cocina abierta, rincón y sala de estar. Él se detuvo en la puerta de la cocina. Apoyó un hombro contra la pared, cruzó los brazos sobre su pecho y sonrió cuando vio a Isabella poniendo la mesa. Llevaba un delantal, pero tenía su trasero hacia él y tuvo una vista clara de su culo y sus muslos bien formados. Dios, no podía esperar a follar ese culo.
Su cabello negro osciló y se volvió hacia él con un jadeo.
—Yo-yo no te he oído entrar, Profesor.
Él se apartó de la pared y se dirigió hacia ella. El delantal que llevaba cubría sus senos y su coño.
—Yo no quería que la grasa me salpique sobre la piel—dijo cuando llegó hasta ella,  un poco nerviosa.
—Eso es bueno, nena. —Se inclinó hacia abajo y rozó sus labios sobre los de ella y suspiró. —No me gustaría que te lastimes. —La rodeó y le desató el delantal. —Pero ahora que estoy en casa quiero ver tu hermoso cuerpo.
Ella se estremeció bajo su tacto mientras le quitaba el delantal y lo arrojaba sobre un mostrador. Mierda. Su cuerpo era tan hermoso que casi le quitó el aliento.
—Todo está sobre la mesa. —Sonaba como si ella estuviera teniendo dificultades para hablar mientras él apretaba ambos pezones. —Yo-uh, he hecho fajitas con tortillas de harina hechas en casa.
Él la besó suavemente otra vez.
—Huele maravilloso. —Edward la soltó y miró los enrojecidos, pezones duros. —Tengo algo que me gustaría que uses. —Hizo un gesto a la mesa. —Toma asiento. Volveré enseguida.
No pasó mucho tiempo para que regresara con un par de anillos de pezón de cristal verde que hacía juego con el color de sus ojos.
Ella abrió mucho los ojos cuando se sentó y apretó uno de sus pezones para que estuviera aún más duro, a continuación, deslizó el lazo del anillo en el pezón. Lo apretó con las correderas del collar y jadeó.
—¿Te duele, bebé? —Preguntó.
Se mordió el labio inferior y asintió con la cabeza antes de decir: —Sí, profesor.
—Bien. —Él tomó su otro pezón y lo apretó muy duro, puso el anillo en el pezón y lo apretó. —¿Ahora, es que empieza a sentirse bien en una forma de placer-dolor?
Ella bajó la mirada en sus pechos y le devolvió la mirada.
—Sí, profesor.
—Vas a darme de comer ahora. —Amaba el contraste de ella desnuda con los anillos en los pezones, mientras él estaba con la ropa puesta. Dios, su polla se iba a reventar.
—Sí, profesor—dijo.



Cogió una tortilla de harina y empezó a llenarla con crujientes tiras de carne, cebolla y pimientos.
Cuando terminó, se levantó, se  lo ofreció y él lo mordió. Mantuvo la mirada fija en  la de ella mientras él lo devoraba hasta el último bocado. Ella gimió mientras sostenía su muñeca con la mano y lamía cada uno de sus dedos.
—Yo te daré comer. —Él estaba teniendo un momento verdaderamente difícil para conversar. Maldita sea, pero necesitaba tenerla en su cuarto de juguetes.
Después de que le dio de comer una fajita, llevó un vaso de té helado a sus labios. En el momento en que se tragó el té, deslizó su mano libre en sus pliegues y comenzó a acariciar su clítoris. Ella gimió y movió sus caderas contra su mano.
Metió dos dedos en su núcleo y frotó el pulgar contra su clítoris.
—¿Estás cerca, bebé?
—Sí. —Se retorció  y echó la cabeza hacia atrás. —Dios, sí.
—Eso es otro castigo. —Retiró su mano y ella lo miró con sorpresa en su rostro.
—¿Qué he hecho? —Preguntó.
—Doble castigo. —Se paró, la tomó de la mano y la elevó de manera que sus cuerpos estuvieran nivelados. Podía sentir el calor de su cuerpo a través de su ropa. —No te diriges a mi correctamente.
Él la agarró por el culo y frotó su polla contra su vientre, deseando no tener nada puesto.
—Lo siento,  profesor Cullen. —Sonaba sin aliento. —No voy a hacerlo de nuevo.
—Pero todavía necesitas ser castigada. —Tomó su boca en un beso rápido, con hambre, llevándola tan cerca que sintió sus anillos de pezón a través de su camisa. Levantó la cabeza y miró a los ojos verdes que estaban vidriosos de pasión.
—Pero tenemos que hablar de una cosa antes de llevar este asunto a más. —Apartó el pelo de su cara. —Necesitas una palabra de seguridad. En el momento en que dices esta palabra termina todo y te enviaré a casa en ese pequeño coches deportivo rojo.
El ceño fruncido.
—No lo entiendo, hum… profesor. Le tomó el rostro entre sus manos.
—¿Sabes algo de bondage y dominación, Sra. Swan? ¿Nalgadas, azotes y una variedad de otros métodos de castigo sexual?
Isabella ojos se abrieron y ella abrió los labios.
—¿Me vas a azotar?
—Uh-huh—dijo mientras cepillaba los labios sobre los de ella. —Y te prometo que te va a gustar.
Ella parpadeó.
—¿En serio?
—Mmmmmm... —Él le acarició el cuello, pasando por alto el hecho de que estaba olvidando llamarlo profesor. —Los anillos de pezón…dime, ¿te hicieron daño, pero  ahora el dolor tiene una sensación intensa de placer en el?
Ella gimió.
—Sí. Bueno, voy a intentarlo. ¿Así que elijo una palabra de seguridad y detendrás cualquier cosa que no me guste?
Él levantó la cabeza.
—Todo se detiene y te vas a casa. Así que piensa con cuidado. Se detuvo un momento y luego contuvo el aliento.
—Álgebra.
Se echó a reír.
—¿Por qué eliges eso? Isabella arrugó la nariz.
—Porque me gusta el álgebra. Negó con la cabeza y sonrió.
—Vamos entonces. Tengo algunos juguetes que quiero mostrarte. Ella arqueó las cejas.
—¿Juguetes?
—Síp. —Agarró su mano y le rozó los labios sobre los de ella una vez más. —Te he dado algo de clemencia,  Sra. Swan, pero de aquí en adelante yo soy tu profesor y  tu eres mi estudiante.
Ella le dio esa sonrisa sexy  que le gustaba y sus ojos brillaban de deseo.
—Sí, profesor Cullen
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Que les  parece ahora iniciara

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